CZEŚĆ! (1)

En el post de hoy contaremos la historia de una frase. Una frase que cuenta algo más de setecientos cincuenta años y es considerada la frase escrita más antigua de la lengua polaca.

Daj, ać ja pobruszę, a ty poczywaj.
Ven, déjame moler, y tomas un descanso
.

La encontramos en el Libro de Henryków escrito en latín alrededor del año 1270. El Libro de Henryków quizás no sea la lectura más entretenida, ya que es una lista de las propiedades del monasterio cisterciense de la ciudad de Henryków en la Baja Silesia. Sus autores fueron el abad Piotr, que escribió la primera parte del Libro, y otro cisterciense desconocido que continuó la obra de su predecesor. El objetivo de ambos monjes era describir con la mayor precisión posible el momento y la forma de adquirir cada terreno, edificio y pueblo en propiedad del monasterio. Este conocimiento, como admiten los propios autores del Libro, fue para defender la abadía de todos aquellos que algún día quisieran arrebatarles estas propiedades. En el proceso judicial en aquellos tiempos, los testimonios de los testigos que recordaron el pasado fueron los más importantes. Los cistercienses que vinieron de Alemania no conocían bien las costumbres legales locales, y mucho menos la historia de la zona, por lo cual los autores del Libro anotaron todos los detalles de los asentamientos en propiedad del monasterio. Realmente todos. Es gracias a esta meticulosidad que hoy conocemos alrededor de 120 nombres locales, información sobre los habitantes (desde aldeanos hasta obispos de Wrocław) y sus nombres.

A nosotros nos interesa la historia del nombre de uno de los pequeños pueblos de la Baja Silesia – Brukalice. Los cistercienses la anotaron porque parte de Brukolice estaba en su poder, mientras que otra quedó en manos de los descendientes del héroe de la anécdota. En el futuro, la propiedad podría ser fuente de disputas y juicios, por lo que cualquier información sobre este tema era de suma importancia.

Y fue así.

Un caballero, Bogwał, vino de Bohemia a la Baja Silesia …

Cuando vivió allí un tiempo, se casó con la hija de un clérigo, una campesina gorda y torpe. Pero es necesario saber que en aquellos días había muy pocos molinos de agua en la zona, por lo que la esposa de este checo Bogwał usaba muy a menudo el molino de mano. Compadeciéndose de ella, su marido Bogwał dijo: “Sine, ut ego etiam molam”, es decir, en polaco: “¡Ven, déjame moler, y tomas un descanso!”. Así es como el checo, se turnaba con su esposa para girar la piedra.

Este alivio para la esposa de moler (“bruszyć”) el grano debió haber sido un fenómeno muy extraordinario en aquella época. Era tan inusual que fue a esta ocupación a la que Bogwał debía su apodo (Brukała), el cual heredaron sus hijos, y finalmente, como solía ser el caso, todo el pueblo en el que vivían (Brukalice). De hecho, la molienda de granos era típicamente un trabajo de mujeres y no era apropiado para un esposo. Según algunos lingüistas, la última palabra debería leerse no como “descansa” (poczywaj) sino como “admira” (podziwiaj) y pretendía ser una alusión a la torpeza de la mujer. En la conciencia general de los polacos, sin embargo, se ha aceptado considerar estas palabras una manifestación de cariño y bondad.